Soñó con aquel amor que no fue….


¿Quién lo creería?

Ni ella podía verse en el espejo. Sus ojeras, sus arrugas y sus dos centímetros de canas mezcladas con ese rubio amarillento. Había cumplido sesenta y cinco años. Tenía su cartera preparada, las llaves en la mesita y el documento listo.

Hoy cobraría su primer sueldo de jubilada.

El despertador sonó tres veces y fue la tercera la que terminó en el piso.

Se dio una ducha caliente y rápida como todos los días. Un poco de enjuague en el pelo y ya. Reviso en su cabeza los pasos que daría. Primero el banco, después el te con su hermana y tercero el lavadero.

Eran las ocho de la mañana y estaba medio dormida. Se recostó. No le fue difícil caer en lo profundo del sueño.

Entonces se vio preparando una comida, en su casa de la infancia. Había un aroma. Lo reconoció; se trataba de la salsa de su abuela: medio dulzón y con ese olor que tienen los tomates de huerta. Solo que esta vez era ella la que tenia un delantal y una cuchara de madera en la mano.

Revolvió dos veces. Le puso azúcar como un ritual. Era raro porque casi no cocinaba, porque se ponía triste. Por eso siempre tomaba algo afuera, o sino se hacia uno de esos calditos instantáneos.

La mesa estaba servida.

En el sueño miro la hora. Era más de las doce del mediodía. Como siguiendo pasos aprendidos se fue sacando el delantal y acomodando el pelo. Se abrió la puerta y dos niños corrieron hacia ella. Y detrás de ellos su gran amor. Ese amor que nunca había podido ser la encontró en un abrazo.

Se estremeció y fue tiritar.

Sintió frio y como no quiso despertarse, se esforzó por seguir soñando. Con los pies llevó la frazada hasta cubrirse. Sin embargo la piel seguía erizada, porque no era frio sino amor.

Su sueño y aquel amor que no fue. Aquellas manos que nunca la habían acariciado. Aquel beso que jamás había existido .Aquella familia que no había podido construir.

Entonces se despertó sobresaltada, con esa congoja del llanto ahogado.

Había pasado solo diez minutos. Volvió a ese mundo, a su oscuro mundo. A sus sesenta y cinco años. A sus dos manos llenas de caricias no dadas.A sus dos ambientes sin aroma de comida casera.

¿Quién lo creería?

Hace casi treinta años que vivía esperándolo.


 

210409

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