
Los Miércoles después del trabajo
Conoce de memoria todo lo que la conduce al departamento de Juan . Esos tenebrosos y terroríficos( para ella)cinco pisos en ascensor.
Ese ascensor medio enclenque, ese ascensor antiguo, con ruido y sombras.
Esas cinco miradas al pasar al espejo.
Y luego ese pasillo.Siente que la acusa.
A veces parece su conciencia. Aquellas seis perillas de luz: tres de un lado y tres del otro, la escalera en espiral, la oscuridad y el reflejo en el piso recién lustrado.
En realidad son veinte los pasos que la llevan al 5°D.
Ella va emocionada,excitada, asustada y llena de culpa.
Llega.
Cada cita es un ritual: dos timbres y la llave.
Siente que no le pertenece, que no se la merece. Dos vueltas y luego el ruido de la trabita de mano.
-Soy yo, amor-
El la recibe como si fuera esa la última vez.
Siempre es la última vez.
Porque hace años que mantienen esos encuentros a pruebas de derrumbes, mudanzas y sudestada.
A salvo.
Y durante una década no ocurrió nada distinto a lo que pasa ahora.
Cuatro veces al mes.
Solo cuatro, los miércoles después del trabajo.
Porque Juan se obliga a vivir esto que le lleva placer a su piel madura.
Porque Lorena, aunque lo niegue, lo necesita. Lo necesita mucho.
Juan tiene que reunirse con sus amigos del club. Una cita impostergable, los miércoles a las diez en el departamento de Belgrano.
Lorena, en cambio, cada semana siente que Dios se acuerda de ella. Espera ansiosa. Juan es su vida.
Ella le dice a su hija de seis años que su abuela se quedará a dormir. Su nena la extraña. No es fácil ser una mamá soltera en el siglo 21.
-Por fin llegué-Apoya la cartera en el sillón.
Sólo es eso, cuatro encuentros y cambia el almanaque.
Cuatro noches intercaladas en la rutina.
Cuatro escapes a la realidad de cada semana.
Juan cree que Lorena es su cable a Tierra; entre los chicos y Clelia, su esposa, entre su jefe y las acciones en baja.
Todo es stress en Buenos Aires.
Lorena no puede controlar lo que siente. Siente muchas cosas. Lo quiere y no poco.
Siente culpa y ganas de verlo mas seguido. Porque lo extraña, especialmente los domingos.
Se siente egoísta, tiene ganas de recuperar lo perdido. Pero también amor, placer,felicidad, ganas de que se pare el mundo.
A ella ,la llave no le pertenece.
A el, ese anillo lo perturba.
-Te necesito- se susurran al oído.
Con cada adiós la misma frase.
El sale primero, con su atachet en mano. Parece siempre algo apurado.
Toca dos timbres desde abajo, esa es la clave.
Dentro de una semana el mismo ritual, después del trabajo.
Luego el pasillo, las perillas de la luz, el ascensor y la soledad.
A continuar con la vida, separados.
Hasta la semana que viene.
El miércoles después del trabajo.
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