Aquel día amaneció soleado. Sin embargo quien seguía nublada era su mirada. Dio dos o tres vueltas en la cama, aunque ya no tenía sueño. Había dormido entrecortado dos o tres horas.
Fue hacia el baño, esquivo el espejo y con el camisón puesto se metió en la ducha. Rápida, caliente, aunque no lo suficiente para despejaría.
Como cada día hace unos meses comenzó a llorar bajo el agua. Parecía que las piernas se quebraran y ya no quisieran tenerla en pie. Entonces se deslizaba y quedaba sentada en la bañera. Llorando.
Un buen rato. El baño se llenaba de vapor.
“Por lo menos se llenaba “–pensaba.
Luego continuaba el ritual: la ropa que estaba amontonada en un rincón, la vincha y los anteojos de aumento.
Desayunaba con pasión, con la misma que anhelaba y que hoy ya no encontraba para recorrer su vida. Se cebaba unos mates dulces, con el agua bastante caliente.
Escuchaba la radio. El tiempo que le llevaba tomar un termo de mate.
La soledad era gigante en su casa antigua, en su casa de siempre. Una casa típica tigrense con más de cinco habitaciones, que en algún momento vio crecer a su padre y que en otro vio desmoronarse a su familia: madre, padre y hermano.
-El peor momento ya paso- le dijo su psiquiatra para justificarse aquella vez, hace exactamente cinco días, no recetarle el antidepresivo y el ansiolítico; decirle que se verían en veinte días.
-Si, estoy mejor- le respondió, aunque no lo creía.
Después vinieron las noches entrecortadas, las noches largas: las noches.
Y los pensamientos constantes, agobiantes.
No podia dejar de pensar.
-Todos los días eran iguales, iguales de largos, vacios.-
Ella estaba vacía. Esos meses la habían dejado sin nada tendida en una cama.
Aunque muchas veces medicada rondaba por las calles como una zombi, como si se buscara entre las caras.
Sin embargo su cabeza seguia quieta en un mismo lugar.
Perdió aquello que la hacia brillar, que le daba felicidad.
Lo había perdido todo, hasta su juventud.
Era una joven vieja.
Atada a las pastillas y a los médicos.
Pero algo la mantenía en pie, algo no la derrumbaba del todo.
Ese algo eran aquellas ganas de vivir y ser feliz. Ellas todavía estaban, moribundas pero estaban. Como un latido tenue. Pero un latido al fin.
Los días eran iguales.
Ella recorría pieza-baño-cocina como un ritual.
Solo que hoy se había quedado media hora en la ducha, media hora .Siempre habían sido diez minutos, a lo sumo quince.
Hoy sintio que aquel vapor la había limpiado.
Cada día daba un paso más hacia la recuperación, aunque a su fe ella ya no la encontraba. ¿o era ella quien no encontraba a Dios?.
Cada pequeño pasito la rescataba de la depresión. La acercaba a la vida.
Dentro de si llevaba intactos sus sueños de niña, sus ganas de amor y sus valores.
Había caído muchas veces y se había levantado otras tantas.
Hoy se quiso convencer que era la última. La ultima noche insomne, la ultima ducha vestida, la ultima.
Sabia que podia con esto.
Sabia que la cama que le sacó todo, en el fondo la había fortalecido.
Pudo dar el siguiente paso.
Volvió a escribir, aun en carne viva.
1 comentario:
reconozco que no he seguido tu blog desde el principio, pero me alegra ver que hay fuerzas aun... me gusta sentirte con esas gans de luchar... y podes contar conmigo para lo que sea...
besos
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